revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

El Moby Dick de...

El planeta enano Haumea

Siempre me ha llamado poderosamente la atención el cielo nocturno, desde pequeño, cuando desde la casa en el campo que frecuentaba mi familia en verano podía disfrutar de las estrellas, los planetas, incluso de La Vía Láctea en las cálidas noches estivales de Valladolid. Aparte de la Vía Láctea, las constelaciones y los planetas, había algo que llamaba poderosamente mi atención, y eran esos otros cuerpos que poblaban el espacio, acercándose a veces al Sol y a la Tierra, cuerpos pequeños y helados: los cometas. Recuerdo mi infructuosa búsqueda del cometa Halley, allá por el año 1986, armado de unos pequeños prismáticos y un telescopio refractor de una calidad mediocre. No encontrar el Halley no me desanimó, y poco tiempo después, en 1989, conseguí ver, usando un telescopio reflector algo mejor, el cometa 23P/Brorsen-Metcalf. El cometa era muy pequeño y presentaba un aspecto borroso tras el ocular del telescopio, pero recuerdo que se podía ver una pequeña cola saliendo desde la coma de gas y polvo. Me quedé maravillado contemplando el espectáculo y me fijé, con bastante asombro, en una pequeña estrella que se veía detrás de la cola. Había que forzar mucho la vista para verla, pero ahí estaba. Continué contemplando el cometa con el telescopio unos treinta o cuarenta minutos más, y me di cuenta maravillado de que, poco a poco, la estrella iba emergiendo detrás de la cola del cometa, ¡estaba viendo moverse y evolucionar el universo con mis propios ojos! Esa experiencia de un Sistema Solar vivo y en constante evolución me marcó para siempre y determinó, sin yo saberlo entonces, la que iba a ser mi futura profesión. Unos años después mi pasión por los cometas me hizo viajar de mi Castilla natal a Tenerife, al IAC, para hacer lo que entonces se llamaba una “tesina de licenciatura” sobre el cometa Hale-Bopp, uno de los más espectaculares del siglo XX. En esa época me gustaba decir que había viajado hasta las islas “persiguiendo un cometa”, algo que sonaba bastante poético, y que además era totalmente cierto.

CÁPSULAS DEL TIEMPO

Tras unos años desenganchado de la astrofísica se me presentó la oportunidad de hacer una tesis doctoral en Granada, en el IAA-CSIC, sobre unos objetos muy relacionados con mis queridos cometas: los objetos transneptunianos (TNOs de sus siglas en inglés), el primero de los cuales se había descubierto hacía apenas diez años. Estos objetos helados, situados más allá del planeta Neptuno, son verdaderas cápsulas del tiempo conservadas a temperaturas de doscientos veinte grados bajo cero, que guardan información del pasado remoto en el que se formó el Sistema Solar hace cuatro mil seiscientos millones de años. Creemos que algunos de estos TNOs evolucionan convirtiéndose en cometas. Estudiar los TNOs y sus diferentes poblaciones en el llamado cinturón transneptuniano (o cinturón de Kuiper) nos permite hacer lo que a mí me gusta llamar “arqueología del Sistema Solar”. Es uno de estos objetos, descubierto en 2005 durante mi tesis doctoral, al que considero mi Moby Dick personal. El objeto fue bautizado como 2003 EL61 y lo descubrimos José Luis Ortiz, Francisco Aceituno y yo mismo en imágenes tomadas desde el observatorio de Sierra Nevada. Nuestro descubrimiento fue disputado por otro grupo de astrónomos norteamericanos... pero esa es otra historia. Actualmente, el objeto se conoce con el nombre de Haumea, y está clasificado no solo como TNO, sino también como planeta enano, como Plutón o Eris. Haumea es el TNO conocido que más rápido rota, en algo menos de cuatro horas, lo que hace que esté muy deformado, como si de un balón de rugby se tratase. Sabemos además que posee dos satélites llamados Hi'iaka y Namaka.
Tras mi tesis doctoral tuve la suerte de trabajar en el observatorio de París (Meudon) con datos térmicos de Haumea obtenidos con el telescopio espacial Herschel, de los que obtuvimos su curva de luz térmica y aprendimos más de su superficie. En el año 2017, gracias a la detección de una ocultación estelar producida por Haumea, pudimos obtener una forma tridimensional más precisa para este objeto (2322 x 1704 x 1026 kilómetros): ¡el lado más grande es casi del tamaño de Plutón! Esta forma no se corresponde con la esperada para un objeto en equilibrio hidrostático, por lo que a raíz de este resultado quizá deba revisarse la propia definición de planeta enano. También obtuvimos que la densidad de Haumea es de 1.89 kilos por metro cúbico, menor de lo esperado, y nos llevamos la sorpresa de que el objeto poseía un anillo a una distancia de 2287 kilómetros de su centro. Este ha sido el primer anillo detectado alrededor de un planeta enano (y TNO), cuyo origen, composición y evolución son aún un misterio que estamos intentando comprender (previamente se habían descubierto anillos alrededor de los centauros Cariclo y Quirón). Los resultados obtenidos de esta ocultación fueron publicados en la prestigiosa revista Nature.
Quizá dentro de algunos años una misión espacial -parecida a la New Horizons que visitó Plutón- despeje todos los misterios que aún rodean a Haumea, con su rápida rotación, su forma tan alargada, sus dos lunas y su sistema de anillos… Entonces sentiré que por fin he logrado dar caza a mi particular Moby Dick.

PABLO SANTOS SANZ (IAA-CSIC)

Licenciado en físicas por la Universidad de Valladolid, realizó su tesina de licenciatura en el Instituto de Astrofísica de Canarias (Universidad de la Laguna) y su tesis doctoral en el IAA-CSIC. Trabajó en el CNRS (Centre National de la Recherche Scientifique) en el observatorio de París y hoy día trabaja en el IAA, en el marco del proyecto LEO-SBNAF: Legacy of the Small Bodies Near and Far para caracterizar con mucho detalle pequeños cuerpos del Sistema Solar.