revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Reportaje

Encuentros temporales entre astronomía y prehistoria

Un recorrido por las distancias cósmicas y las escalas temporales humanas
Por Enrique Pérez Montero (IAA-CSIC) y Juan F. Gibaja Bao (EEHAR-CSIC)

Entre las estrategias que usa la ciencia para facilitar el entendimiento de la naturaleza se encuentra la de proporcionar medidas que ayuden a fijar en una escala espaciotemporal aquellos objetos o eventos que estudia. No obstante, si el objeto de estudio sobrepasa las escalas que nos son familiares, puede ser complicado hacerse una idea de lo que esos números representan.
Uno de los casos donde esto ocurre de forma más clara es en la astronomía. Suele ser muy complejo distinguir la diferencia entre los cientos de miles de kilómetros a los que un asteroide ha pasado de la Tierra (en algunos medios a veces se dice que nos ha pasado rozando), y los miles de millones de pársecs (unidad de longitud equivalente a 3,26 años luz) a los que se encuentra la última galaxia de turno que ha roto el récord de distancia en el universo. 
Esto mismo sucede incluso con escalas más pequeñas y cercanas, como la histórica. Al hablar de la prehistoria metemos en el mismo saco temporal a los primeros homínidos de hace unos 2.5 millones de años y a los últimos cazadores-recolectores del Mesolítico, que habitaron en ciertas zonas del Atlántico y del Norte de Europa hace cerca de 5.000 años. 
En el caso de la astronomía, una escala de distancia que trata de solventar esta dificultad es la basada en la velocidad de la luz, que viaja a unos 300.000 kilómetros por segundo. En el entorno de nuestro planeta esta escala no resulta práctica, ya que a un rayo de luz le da tiempo a dar siete vueltas y media a la Tierra en un solo segundo. Sin embargo, resulta mucho más cómodo y fácil imaginar que el Sol, la estrella que ilumina cada día nuestras vidas, está a ocho minutos y veinte segundos de distancia luz, en vez de expresar que está a ciento cincuenta millones de kilómetros. Es decir, podríamos recordar qué hicimos durante esos ocho minutos y veinte segundos transcurridos desde que los primeros rayos salieron del sol y llegaron a nuestro planeta. 

EL NACIMIENTO DE LA ESCRITURA Y LA NEBULOSA DE LA MARIPOSA

Para poder entender la magnitud de la que hablamos proponemos hacer coincidir varios eventos de la historia de la humanidad con la distancia luz a la que se encuentran algunos de los objetos astronómicos más notables. Así, por ejemplo, tomemos como punto de partida de nuestro viaje el momento en que se fija el inicio de la historia, el nacimiento de la escritura hace unos 3.500 años en Mesopotamia, en el extremo oriental del Mediterráneo. Poco después de ese momento partió la luz que los telescopios captan hoy en día desde la nebulosa de la Mariposa, también denominada NGC 6302, a 3.400 años luz en la dirección de la constelación de Escorpio. Estas nubes de gas se produjeron cuando una estrella de masa intermedia, más o menos como nuestro Sol, terminó de fusionar los últimos elementos ligeros que se encuentran en el núcleo para crear otros más pesados. En ese momento, dicho núcleo se compactó para formar una enana blanca y las capas externas fueron eyectadas al medio interestelar. 

¿QUÉ PASÓ EN EL CIELO DURANTE EL INICIO DEL NEOLÍTICO? 
Otro momento relevante del desarrollo de la humanidad es el inicio de la domesticación de animales y vegetales, lo que conocemos como Neolítico. Aunque las primeras evidencias se documentan en Oriente Próximo hace unos diez mil años, en pocos siglos aquellas comunidades ocuparon toda Europa. Sin duda, nosotros y nosotras somos sus más directos herederos. En ese mismo momento el cúmulo globular Messier 22, a diez mil cuatrocientos años luz de distancia, emitió la luz que hoy podemos ver. Este cúmulo se sitúa en la dirección de la constelación de Sagitario y se halla muy cerca del bulbo de nuestra galaxia. Está formado por una asociación de decenas o centenares de miles de estrellas, algunas de las cuales se cuentan entre las más antiguas de la Vía Láctea. 
Hoy en día los observatorios infrarrojos espaciales y radiotelescopios de la Tierra recogen la radiación electromagnética que salió hace 28.000 años de Sagitario A*, que es como se denomina al núcleo de nuestra galaxia. Hoy sabemos que en el centro de la Vía Láctea hay un agujero negro supermasivo con una masa equivalente a cuatro millones de veces la de nuestro Sol. La presencia de un agujero negro tan enorme en esta posición no es algo anormal, sino un hecho común a todas las galaxias de tamaño similar a la nuestra. 
Cuando la radiación electromagnética inició su camino hacia la Tierra, algunos de nuestros antepasados más antiguos como especie, el Homo Sapiens, entraban en las cuevas de Altamira para pintar los magníficos bisontes, ciervos, manos y signos tan enigmáticos para la sociedad en la actualidad. 

EL ORIGEN DEL HOMO SAPIENS Y LA GRAN NUBE DE MAGALLANES

Los Homo Sapiens aparecieron en África hace unos 150.000 años, momento en el que la luz que hoy captamos emergía de la Gran Nube de Magallanes, más allá de los límites de nuestra galaxia. Esta es la más brillante entre las numerosas galaxias enanas satélite de la Vía Láctea. En ella se encuentra la nebulosa de la Tarántula, donde se halla el criadero de estrellas más masivo de todo nuestro Grupo Local de galaxias. En esta región se están creando más de diez nuevas estrellas por año y algunas de ellas son tan masivas que provocan vientos galácticos que arrastran el gas a cientos de kilómetros por segundo.

LOS PRIMEROS HOMÍNIDOS Y LA GALAXIA DE ANDRÓMEDA

Finalmente, si mirásemos por una máquina del tiempo qué ocurría en la Tierra hace dos millones y medio de años, observaríamos el origen de la humanidad. En aquel momento, nuestros tatarabuelos, los Homo Habilis, habitaban en África y comenzaban a hacer algo que ninguna especie en nuestro planeta había hecho: transformar la naturaleza para crear instrumentos. Es el inicio de la tecnología, los primeros pasos de lo que hoy son nuestros móviles, telescopios o naves espaciales. Precisamente, a esa distancia espaciotemporal se encuentra la galaxia de Andrómeda, o M31. Es el objeto más cercano a la Vía Láctea de un tamaño y masa parecidos. Su descubrimiento, realizado en la década de 1920 gracias a Edwin Hubble, nos concienció de que las galaxias eran numerosas y la nuestra no constituía todo el universo. 
Todavía nos parece irreal pensar que su luz haya viajado más tiempo del recorrido por nuestra especie desde nuestro tatarabuelo Habilis. Y eso que es la galaxia más cercana a nosotros, en un universo que alberga miles de millones de ellas. Todo un desafío para nuestra comprensión sobre su inmensidad.