revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Ciencia en historias

El buen linaje y el horror

Por Emilio J. García

Marzo de 2015. El octogenario estéril

Por fin, Lewis Reynold, estadounidense de más de ochenta años, recibe una notificación oficial: el Estado le entregará veinticinco mil dólares como medida de compensación. Para el anciano supone sobre todo el final de una lucha que ha marcado buena parte de su vida: el reconocimiento de que el sistema es el responsable de que vaya a morir sin descendencia.
Tras años de intentar infructuosamente dejar embarazada a su mujer, Lewis había descubierto que fue esterilizado forzosamente cuando apenas contaba con trece años de edad en el Lynnchburg Training Center, una colonia para epilépticos y enfermos mentales situada en el estado de Virginia, donde había ingresado siendo un niño debido a sus ataques epilépticos.
Era una práctica que se hacía diariamente en Lynnchburg y en otros estados. Entre 1909 y 1979, más de ocho mil personas en Virginia y más de sesenta mil en todo el país fueron forzadas por el estado a quedar sin descendencia. Un programa de esterilización sistemático y a gran escala implantado por Estados Unidos poco después de la I Guerra Mundial para la “mejora” de la sociedad americana, y que fue la inspiración para la “Ley de Prevención de descendencia con enfermedades hereditarias” para la perpetuación de la raza aria. La semilla del horror nazi estaba asentada sobre una ley de la floreciente democracia americana.
 

2 de mayo de 1927. Tres generaciones de imbéciles ya es bastante

Con esta lapidaria frase, el juez Oliver Wendell Holmes Jr. dictaba sentencia en el caso “Buck contra Bell”. La Corte suprema americana fallaba a favor de la ligadura de trompas que los médicos de la colonia Lynnchburg habían efectuado a Carrie Buck, una paciente diagnosticada como débil mental en la modalidad de “imbécil”. El mismo proceso que habían seguido su madre Emma y su hija pequeña Vivian.
En realidad, Carrie Buck nunca demandó por sí misma a John Bell, director de la colonia en aquellos primeros años. Todo estaba orquestado para conseguir un precedente jurídico. La luz verde a una ley nacional para un programa de esterilización masiva de todos aquellos que el estado considerara genéticamente “defectuosos” y cuya progenie incontrolada podía suponer un “suicidio racial”. "Lo hereditario juega un importante rol en la transmisión de locura o imbecilidad", añadía inapelablemente el juez durante los alegatos.
En la última década, millones de inmigrantes habían llegado a la prometedora América. Había que proteger a la nación de este “deterioro racial”. Los programas de esterilización se implantaban por todo el país. Se realizó una campaña de propaganda sobre las bondades de esta selección controlada. En las ferias agrícolas se establecían concursos en las que “personal científico” seleccionaba los mejores bebés. Posteriormente, las familias podían exhibirlos de feria en feria, orgullosos de sus sanos, robustos y americanos bebés. Ya en 1910, Charles Davenport había creado la Oficina de Registros Eugenésicos, donde se diseñó un formulario de evaluación estandarizado para la valía genética. Era el apogeo de la eugenesia americana.


24 de julio de 1912. El buen linaje

En el suntuoso hotel Cecil de Londres, celebridades y altos cargos políticos de doce países, entre los que se encuentran Winston Churchill o Lord Balfour, se celebra el “Primer Congreso Internacional de Eugenesia” sobre la manipulación genética para la mejora de la especie.
Los alemanes exponen sus primeros pasos teóricos para una futura “higiene” racial. Los americanos, en cambio, exhiben con su habitual pragmatismo las operaciones a gran escala que ya se están realizando para la eliminación de “linajes defectuosos” de los genéticamente no aptos, como epilépticos, esquizofrénicos, discapacitados mentales o delincuentes. Son ocho los estados con leyes eugenésicas a la espera de que esta se convierta en ley nacional.
El congreso está presidido por un extraño cuadro: el árbol genealógico de Francis Galton, un científico inglés, nieto de Erasmus Darwin y primo del mismísimo Charles. Galton, muerto apenas un año antes, había escrito en 1883 “Inquires in Human Faculty and its Development” donde define el término de eugenesia o “buen linaje”. Para Galton, que había quedado impactado por la obra de su primo, la idea era sencilla: la cría selectiva de los más aptos podría lograr en unos decenios lo que la naturaleza tardaba una eternidad.
Galton, aunque era consciente de la tremenda influencia del entorno (acuñó la expresión nature versus nurture) estaba convencido de que cualidades como la inteligencia, la belleza e incluso la clase y la prestancia, eran puramente hereditarias. Llegó a hacer profusos estudios genealógicos de los nobles británicos para demostrar que con una adecuada reproducción dirigida se podía mejorar la raza humana en pocas generaciones. Galton defendía científicamente el poder de una “eugenesia positiva”. Simplemente era genética aplicada, como la agricultura no era más que botánica aplicada.
Deslumbrada por el desarrollo tecnológico de la revolución industrial, resultado del dominio del hombre sobre la naturaleza, pero también temerosa ante la extensión de la “mediocre” clase obrera, entre la clase intelectual y dirigente no tardó en propagarse la idea de una eugenesia negativa. “Es en la esterilización del fracaso y no en la selección del éxito donde reside la posibilidad de mejora del ser humano” defendía el mismísimo H.G. Wells tras asistir a una conferencia de Galton (absolutamente contrario a esta idea). En 1911, un colega del propio Galton lanza una inquietante metáfora: “Queremos cultivar el sentido del orden, alentar la afinidad y la previsión, arrancar de raíz las malas hierbas raciales. En este menester nuestro símbolo y nuestro guía es el jardinero en su jardín”.

Año 1864. El jardinero en su jardín

En un jardín de un monasterio de Moldavia, un sacerdote poco interesado en vida espiritual y que ha suspendido dos veces el examen de ciencias naturales para el acceso al cuerpo de maestros, descubre la lógica interna de la herencia. Gregor Mendel estudia cómo se propagan características como el color, la altura del tallo o la rugosidad de la piel, entre híbridos de plantas del guisante que él mismo cruza. Las evidencias son indiscutibles: la herencia se transmite por unidades de información discretas.
Mendel publicó sus resultados en los Anales de la Sociedad de Ciencias Naturales de Brno. En sus líneas se hallaba la fundación de la biología moderna. Nadie lo leyó. Apenas una cita entre 1890 y 1900. Se tardó una década en definir la palabra “gen”. Mientras, en Europa y América ya se discutía cómo manipular la herencia, cómo limpiar el jardín de la vida.