revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

El Moby Dick de...

CONTAMINACIÓN LUMÍNICA

... ALICIA PELEGRINA (IAA-CSIC)

El primer día que crucé la puerta del Instituto de Astrofísica de Andalucía me sentí una privilegiada. El simple hecho de tener la posibilidad de trabajar en ese lugar me parecía ya un regalo. Estaba nerviosa. Cuando terminé mi entrevista salí llena de ilusión. Solo quedaba esperar. Francisco Tapia, que entonces formaba parte del departamento de recursos humanos, me dio la noticia. Aquella mañana fue un antes y un después en lo profesional y en lo personal. Hoy han pasado más de siete años desde aquella llamada, pero la ilusión y el orgullo de pertenencia siguen intactos. Han sido años frenéticos, en los que el IAA ha conseguido acreditar su excelencia científica, reflejo del equipo humano que hay detrás. Y estar ahí, formando parte de ese grupo de personas, es emocionante.

Pero, ¿qué hace una ambientóloga en un centro de astrofísica?

Para responder esta pregunta tenemos que remontarnos a 1992. Aquel año, 1992, fue un año increíble: la exposición universal de Sevilla, los juegos olímpicos de Barcelona, la “inesperada” separación del Príncipe Carlos y Diana de Gales, la publicación del disco de Albert Pla No solo de rumba vive el hombre (aunque a la tercera cerveza algunos nos creemos que sí), y, además, aquel año fue posible que alguien de Talamanca del Jarama pudiera trabajar en París: comenzó la libre circulación de trabajadores en la CEE. Pero es que, además, en 1992 ocurrió un hecho que sin duda marcó la historia, al menos la mía. En 1992, la Unión Astronómica Internacional puso sobre la mesa una preocupación que comenzaba a quitarles el sueño: la desaparición del cielo oscuro. Aunque no le hemos hecho mucho caso, sí es cierto que ya comenzamos a hablar con más frecuencia de una nueva problemática ambiental, la contaminación lumínica, que se suma al problema del cambio climático, la deforestación, la escasez de agua, etc. Y es ahí donde una ambientóloga se abraza con las personas que trabajan en astronomía, y surgen cosas tan bonitas como la Oficina de Calidad del Cielo que pusimos en marcha en 2016 con el objetivo de proteger la calidad del cielo oscuro.

UN PROBLEMA CRECIENTE

La contaminación lumínica es un problema ambiental con un enorme componente social. No somos conscientes de que la luz es un agente contaminante que impacta en nuestra salud, el equilibrio de los ecosistemas y las observaciones astronómicas. La contaminación lumínica no es una cuestión que esté a la espera de grandes desarrollos tecnológicos o avances científicos para poder hacerle frente. Las soluciones están ahí, encima de la mesa. El problema, y al mismo tiempo la solución, radica en nuestra concepción social del uso de la luz.

Culturalmente, la luz es sinónimo de bienestar, de belleza, de sociedad avanzada, de estatus y de seguridad. Así que inevitablemente la solución al problema pasa por un cambio de concepción que solo podremos conseguir a través de la sensibilización ambiental o de la divulgación científica que, para mí, en este caso, vienen a ser lo mismo: contar ciencia para generar conciencia. Nuestra sociedad ha asumido durante años que la actividad humana y el desarrollo tienen una cara B que pasa por la destrucción del entorno natural, la pérdida de biodiversidad, la generación masiva de residuos, el empeoramiento de la calidad del aire, etc.

Si algún vecino galáctico (en caso de que los hubiera) nos estuviera espiando, no podría entender lo que ve: unos seres extraños destruyendo su propio hogar. Hemos llegado a una situación límite en la que, si no actuamos, no habrá marcha atrás. Y en este contexto nos encontramos con la contaminación lumínica.

Un tipo de contaminación que no duele, ni provoca envenenamiento inmediato, ni provoca olores desagradables en el vecindario. Un problema ambiental que no asusta, pero que provoca la mortalidad masiva de algunas aves, desequilibra los ecosistemas, es un factor clave en la disminución de los insectos y provoca importan- tes alteraciones en nuestra salud, algunas de ellas asociadas a enfermedades muy graves.

Y no frena.

Los últimos datos de los que disponíamos, correspondientes al año 2017, indicaban que el brillo artificial del cielo nocturno (una de las manifestaciones más notables de la contaminación lumínica) crecía en torno al 2,2% anual. Mientras escribo estas líneas, se ha publicado una actualización de estos datos: un nuevo trabajo concluye que el brillo nocturno artificial de la Tierra está aumentando un 10% cada año desde hace al menos una década.

QUÉ SABEMOS DE...

La luz artificial es un elemento indispensable en nuestro modelo social, pero es importante que conozcamos las consecuencias de un uso inadecuado, y solo así dispondremos de la información suficiente para hacer una evaluación personal y crítica.

Hace apenas unos meses, la colección Qué Sabemos de, coeditada por el CSIC y la editorial Catarata, publicaba el libro La contaminación lumínica.

Ha sido todo un reto estar detrás de esas páginas y nace con el único objetivo de democratizar el conocimiento, acercándolo a toda la sociedad para que esta evaluación personal y crítica sea posible. Ojalá que el resultado de esta nos lleve a reclamar un cambio en el modelo de iluminación, más eficiente y respetuoso con el medio, entendiendo que nuestro bienestar personal está relacionado con el bienestar del planeta.

Entonces el objetivo último de este libro, “ser una herramienta de concienciación que nos permita hacer de este, nuestro planeta, un lugar mejor, por nosotros y por los que vendrán”, será una realidad.

ALICIA PELEGRINA (IAA-CSIC)

Doctora en Ciencias Ambientales por la Universidad de Granada y Experta en Promoción y Gestión de Proyectos y Actividades Internacionales de I+D+i por la Universidad Politécnica de Madrid. Es la responsable de la Oficina Técnica Severo Ochoa-IAA y forma parte de la Oficina Calidad del Cielo del IAA-CSIC. Desde el comienzo de su trayectoria profesional ha participado en diversas iniciativas de sensibilización ambiental. Ahora, sigue generando conciencia ambiental contando ciencia.