revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

¿La famosa revolución que va a traer la impresión 3D consiste en que dentro de poco todos vamos a poder tener un mini-yo en nuestra mesilla de noche?

Por Miguel Abril (IAA-CSIC)
La respuesta
¿Podéis esperar?

En el último número os dejamos con la miel en los labios, como Fermat con su último teorema. Allí contábamos algunas aplicaciones de la impresión 3D que, si bien eran bastante sorprendentes, no parecían tan importantes como para calificar esta tecnología de revolucionaria. Pero es que hay mucho más. Hablábamos, por ejemplo, de impresión 3D de comida, pero nos habíamos dejado la mejor parte. Y es que la idea va mucho más allá de utilizar carne picada para fabricar hamburguesas con forma de lechuga: el objetivo de empresas como Modern Meadows es, ni más ni menos, fabricar comida artificial. Entre otras cosas, esta iniciativa rebajaría drásticamente el gasto económico y ambiental que implica actualmente la producción de carne para el consumo humano, que incluso con las técnicas ganaderas más modernas supone un verdadero desastre medioambiental: para conseguir un kilo de carne se calcula que son necesarios entre cinco mil y veinte mil litros de agua (sí, habéis leído bien) y más de veinte metros cuadrados de tierra. Al ritmo de crecimiento actual de la población mundial, simplemente no caben tantas vacas en el mundo. En el campo de la construcción, con una impresora gigante como la que comentábamos en el número anterior se han llegado a construir diez casas en un solo día. Según los expertos, a medio plazo esta técnica podría terminar definitivamente con los problemas de vivienda a nivel mundial, no solo por la velocidad de terminación de las construcciones, sino sobre todo por el abaratamiento en los costes que implicaría. Pero probablemente la característica más innovadora de la impresión 3D sea la capacidad de personalización que ofrece. Desde la irrupción en nuestras sociedad del proceso de fabricación industrial nos hemos visto obligados a elegir entre un catálogo más o menos amplio de productos. El propio inventor del método de fabricación en serie, Henry Ford, expresó de forma magistral esa limitación con su famosa frase, que pronunció cuando le preguntaron que en cuántos colores distintos iba a fabricarse el mítico Ford T: “usted puede elegir cualquier color para su coche, con tal de que sea negro”. La impresión en 3D representa el polo opuesto de esa filosofía, ya que los usuarios podrán modificar libremente cualquier diseño antes de realizarlo físicamente. Y si hay un campo que se beneficie especialmente de esa posibilidad de personalización, ese es el de la medicina. Ya se han realizado con éxito trasplantes de vejiga y de tráquea fabricadas mediante impresión 3D, aunque aún falta algún tiempo para conseguirlo con órganos más complejos como el riñón o el corazón. La principal ventaja de esta técnica es que el material empleado no es ningún tipo de plástico o polímero artificial, sino un cultivo de células del propio paciente, lo cual disminuye sensiblemente el riesgo de rechazo, que suele ser el principal problema en este tipo de operaciones. Tal vez la iniciativa que ilustre de una forma más gráfica el potencial cambio que podría llegar con la impresión 3D sea Open Source Ecology, una comunidad que ofrece un catálogo de diseños gratuitos que permitiría a cualquier usuario construirse libremente hasta 50 máquinas industriales, incluyendo hornos, generadores, turbinas eólicas y vehículos a motor, para crear una civilización con todas las comodidades modernas. Pero, más allá de estos cuatro frikis, el cambio afectaría de una manera profunda y definitiva a toda la sociedad. Según Andrei Vazhnov, autor del libro “Impresión 3D: cómo va a cambiar el mundo”, la consecuencia de la implantación de esta tecnología será que el mundo pasará de ser físico a digital, puesto que el comercio dejará de ser de bienes manufacturados y pasará a ser de diseños digitales. Desde el punto de vista de la ecología, el fenómeno será muy beneficioso, ya que reducirá los desechos y terminará con el fenómeno de la obsolescencia programada. Además, se reducirá enormemente el transporte de mercancías, con la consecuente disminución de emisiones contaminantes. Las grandes empresas no necesitarán buscar mano de obra barata, lo cual no solo afectará a sus economías sino también a las de los países en vías de desarrollo. Desaparecerán trabajos tradicionales y aparecerán otros nuevos, más especializados y orientados sobre todo al diseño y a la gestión de contenidos digitales. Según Vazhnov, en último término todo esto se plasmará en una sociedad en la que una parte muy significativa de la población no trabajará. Curiosamente el autor, que debe ser de los que ven siempre el vaso de vodka medio lleno, no describe la situación como un aumento del paro hasta niveles nunca antes alcanzados (*), sino como “una época en la que cada vez más gente va a poder elegir no participar en la economía monetaria”. Que no lean esto nuestros políticos, no quiero darles ideas.

(*) ¿DIEZ CASAS EN UN DÍA…? ¿Y qué hacemos nosotros con el ejército de arquitectos, aparejadores, albañiles, escayolistas, carpinteros, alicatadores, marmolistas… que tenemos en España desde los tiempos de vacas gordas? Gimli, hijo de Gloin, hijo de Groin, usa su hacha como palo de selfies. Uno de los primeros usos documentados de enanotecnología.
 

La pregunta

Ya que estamos hablando de tecnologías novedosas que vienen pisando fuerte, no podíamos dejar de lado la otra gran revolución que, según los expertos, nos espera a la vuelta de la esquina: la nanotecnología. La ciencia y aplicación práctica de lo muy pequeño, sí, pero… ¿Cuánto? ¿Qué dimensiones máximas debe tener un dispositivo o mecanismo para que pueda considerarse “nanotecnología”?

RESPUESTAS
A. 1 mm
B. 1 nm
C. 100 nm
D. Nanotecnología es cualquier máquina que lleve tornillos como los de mis gafas, que son chiquitísimos.