revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Ciencia en historias

Los zoos humanos

Por Susana Escudero (RTVA)

8 de septiembre de 1906. El neoyorquino Zoo del Bronx exhibe una nueva atracción. Incluso una placa sobre la jaula indica al espectador detalles sobre el valioso ejemplar que se muestra al otro lado de los barrotes, en el interior de la denominada “Casa de los Monos”. Tanto el director del zoo, William Hornaday, como algunos colegas suyos, todos prominentes naturalistas americanos, lo consideran uno de los más instructivos espectáculos para la educación científica de la ciudadanía. Natural de África, había llegado a Nueva York siguiendo las indicaciones del entonces director de Museo Americano de Historia Natural, Hermon Bumpus, para ser exhibido junto a un orangután. Ese valioso ejemplar era este: 

Ota Benga, un pigmeo que había llegado a Estados Unidos como parte de la Exposición mundial de San Luis de 1904.

Puede que esto parezca una locura, pero de mediados del siglo XIX a mediados del XX se hicieron muy populares en todo el mundo un tipo de espectáculos en los que los intereses de empresarios y científicos, junto con el surgimiento de nuevas formas de consumismo y el ansia de una clase media emergente por conocer las realidades de otras partes del planeta, hicieron posible que se exhibieran seres humanos. 

Sí, como lo lees: se exhibían personas. Estamos en el momento histórico de las grandes exposiciones nacidas para mostrar el desarrollo tecnológico ligado a la revolución industrial, que después dieron lugar a las exposiciones universales y estas a las coloniales. Oficiales o privadas, nacionales o internacionales, casi siempre incluían indígenas. 

¿Y cómo eran estos espectáculos? Dejadme que lo explique con un ejemplo que se generalizó para todas. En 1877 el Jardín Zoológico de Aclimatación de París fue transformado en un jardín de aclimatación antropológico, es decir, en un auténtico zoológico humano en el que fueron exhibidas familias enteras de distintas etnias... 

A la intemperie se reproducían los poblados y chozas en las que vivían para mostrarlos, como si estuvieran en su hábitat natural, a los miles de personas que pasaron a verlos. Bailes, cantos, gritos o sacrificios con sangre de animales eran los ingredientes que no podían faltar en estas exposiciones en donde se ofrecía exotismo, aderezado con un poquito de ciencia y otro poquito de sensualidad. 

Se les calcula un público de unos mil cuatrocientos millones de visitantes. El número de individuos expuestos, de todas las edades, incluidos niños transportados de ultramar o nacidos en las propias exposiciones, rondaría los treinta y cinco mil. A los científicos (estamos en el momento del nacimiento y desarrollo de dos disciplinas científicas: la antropología física y la etnología), tener especímenes de seres humanos a la mano les permitió, además, hacer clasificaciones y teorías raciales (y racistas) inspiradas en la clasificación de animales y permeadas por la reciente teoría de la evolución. 

Con estas cifras, es fácil imaginarse lo frecuentes y numerosos que fueron estos espectáculos. Aunque cada uno de ellos tenía sus particularidades, podríamos clasificarlos en tres tipos principales: las exposiciones etnológicas comerciales, las exposiciones coloniales de los Estados y las exposiciones misioneras (tanto de la iglesia católica como de la protestante). 

Los objetivos de cada una de ellas eran distintos: las privadas tenían como objeto hacer dinero; eran un negocio. Las exposiciones de los Estados buscaban mostrar los proyectos coloniales oficiales y las iniciativas privadas desarrolladas en las colonias para llevar la riqueza y el bienestar de la metrópoli en las colonias. Por último, las exposiciones de las iglesias tenían un poco de las dos anteriores: hacer propaganda sobre la labor misionera y de evangelización, y recaudar fondos para poder continuar haciéndola. 

En todas ellas la relación con los indígenas solía estar regulada, incluso por medio de contratos. Otra cosa que cabría preguntarse es si las personas mostradas eran totalmente conscientes de a lo que se comprometían cuando accedían a formar parte de estos espectáculos: las condiciones en las que viajaban, en las que iban a vivir (se alojaban en la propia exposición) y su limitación de movimientos, ya que en muchos casos no estaban autorizados a salir de la exposición, bien porque no podían desenvolverse en las ciudades o bien porque directamente se lo prohibían (no era cuestión de que el negocio se pudiera ver gratis por la calle). Sin embargo, no todas las exposiciones eran iguales. Si os parece, vamos a acercarnos a algunas de ellas. 

Exposiciones comerciales 

Las más destacadas en Europa fueron las del empresario alemán Carl Hagenbeck. Su gran éxito consistió en que se inventó un espectáculo donde se exhibían a la vez animales salvajes y grupos humanos, supuestamente del mismo territorio, en un decorado que recreaba su espacio natural de origen. Los espectáculos de Hagenbeck se realizaban generalmente en zoos. Algo que fue reproducido hasta la saciedad. 

También es muy representativo de este tipo de espectáculos promovidos por particulares los que se realizaron en el Jardín de Aclimatación de París desde 1877 y hasta la Primera Guerra Mundial. 

Este era un gran negocio vestido por el halo de ciencia antropológica porque el director era el director de propio jardín, el naturalista Albert Geoffroy Saint-Hilaire. Al principio interesó a los científicos, pero a partir de 1886 la Sociedad Antropológica de París se distanció de lo que realmente era un espectáculo para el recreo popular difícilmente justificable desde un punto de vista ético. Hubo también otro tipo de espectáculos étnicos más profesionalizados. Aquellos en los que se necesitaba que los nativos demostraran habilidades e hicieran representaciones que atrajeran al público. El más serio y elaborado de todos en el contexto del circo y espectáculos dramatizados, el más popular y aclamado, fue el de William Frederick Cody, Buffalo Bill. En el espectáculo intervenían indios, vaqueros, mexicanos y miembros de varias tribus indias americanas. Este tipo de espectáculos comerciales se prolongaron hasta la década de los treinta del siglo XX, momento en que fueron desplazados por los nuevos intereses del público: el cine y el turismo de ultramar. 

Exposiciones coloniales de los estados

Nacieron con el objetivo de lanzar un mensaje educativo que reforzara la conciencia nacional de sus ciudadanos, y también para proyectar una imagen de poder a las potencias competidoras en el exterior. Pero pronto se dieron cuenta de que estos contenidos educativos iban a resultar poco atractivos o aburridos al público, así que les añadieron... pueblos indígenas. 

Las verdaderas exposiciones coloniales comienzan en la década de 1880, tanto de forma autónoma como conectadas a las exposiciones universales. La que abrió el  camino, la primera, fue la Exposición Internacional Colonial y de Exportación de Amsterdam de 1883. Le siguieron Londres 1886, y la Expo de Filipinas en el Parque del Retiro de Madrid 1887, donde se mostraban grupos indígenas de diferentes grados de “civilización”. 

Por un lado, estaban los ya “civilizados” (cuando en ese momento se utilizaba esa palabra, lo que en realidad se quería decir era “bautizados”). Estos tenían la consideración de invitados especiales, que se alojaban en pensiones y se encargaban de realizar tareas más sofisticadas, ya que habían aprendido oficios. 

Luego estaban otros grupos que se mostraban como paganos, entre los que también había grados: los llamados “moros”, que sí tenían una religión (musulmana) y que también estaban en pensiones, y por último los considerados “salvajes”, todavía por evangelizar y que sí vivían en el recinto. De estos grupos murieron tres personas a lo largo de la exposición. 

La verdadera eclosión de este tipo de exposiciones se produjo en las décadas de los 20 y 30 del siglo XX. Una de las más destacadas de este momento histórico fue la de Oporto en 1934, que recordaba mucho en sus formas y tratamientos a las exposiciones del anterior siglo XIX. 

La última exposición colonial fue la sección del Congo Belga de la Expo de Bruselas de 1958. Supuestamente su objetivo era mostrar la hermandad entre los pueblos. Los congoleños ya no vivían en el interior del recinto de la muestra y su trabajo consistía en hacer demostraciones de sus oficios ante el público. Pero aquí los auténticos salvajes fueron los espectadores europeos, que se comportaban de forma maleducada gritándoles e incluso tirándoles comida y otros objetos, por lo que muchos de los congoleños hicieron sus maletas y abandonaron la exposición. 

Exposiciones misioneras 

Los primeros en hacer este tipo de exposiciones fueron los protestantes a mediados del siglo XIX, y evolucionaron hasta alcanzar dimensiones espectaculares en el primer tercio del siglo XX. Al principio mostraban objetos etnológicos. Luego se sofisticaron con dioramas y grupos escultóricos. Pero después, cuando la gente comenzó a cansarse de estos elementos, recurrieron a grupos de nativos. Eso sí, había una gran diferencia con los anteriores tipos de exposiciones: en las de la iglesia eran muchas veces representaciones hechas por “invitados” que ya estaban bautizados. 

Pero no todo fue tan bonito en estas exposiciones religiosas. La iglesia católica italiana tuvo, en la única exposición de este tipo que realizó, a siete nativos de dos etnias diferentes viviendo en unas condiciones cuando menos cuestionables. 

Hubo muchísimas muestras de este tipo desarrollado por la iglesia protestante, especialmente (cómo no) en Estados Unidos.

Eran exposiciones muy similares a las coloniales, con reproducción de los poblados y decorados del ambiente natural de origen. Pero la diferencia, muy importante, es que en este caso los nativos participaban de otra forma y con otro trato: los que hablaban mejor trabajaban como guías ataviados con sus trajes y los que no, hacían manualidades, vendían suvenires o hacían representaciones de su vida anterior a la cristianización. Los organizadores defendían su presencia diciendo que se trataba en realidad de actores. 

En las décadas de los años 20 y 30 del siglo XX la presencia de nativos fue disminuyendo, pero para mantener el interés del público se recurrió a representaciones del modo de vida de los nativos, combinadas con escenas de interacción misionera, con hombres y mujeres vestidos y maquillados como nativos (aun sin serlo). Algunas eran representaciones cortas y otras largas y con varios actos a la altura de grandes representaciones teatrales. 

Hemos paseado por uno de los espectáculos de más éxito de la historia. Recordad la cifra: se calcula 1.400 millones de visitantes. Pero ¿tú crees que estos espectáculos, de dudoso gusto voyerista, en donde se exhiben seres humanos, son ya cosa del pasado?