revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

La bella bioquímica

Miguel Abril (IAA-CSIC)
La respuesta

Los caminos de un articulista que escribe cada tres meses son inescrutables. Para este número me estaba debatiendo entre un espectacular “¿Por qué Elon Musk va a llevarnos a Marte y la NASA no?” y una presentación de la tecnología que ha conseguido la fabulosa hazaña de hacerle una foto a un agujero negro que queda, hablando en términos astronómicos, en la Cochinchina. He utilizado esta expresión, en lugar de las más descriptivas “donde Cristo dio las tres voces” o “donde Napoléon perdió el gorro” para hacer hincapié en que he puesto Cochinchina, que es una región de Vietnam, y no Conchinchina, que no existe. Para que luego vayáis diciendo por ahí que no aprendéis nada en esta sección. Sin embargo, antes de ponerme a escribir entré en una página web de ciencia y tecnología y encontré una noticia que claramente relegaba a las otras dos ideas a la lista de espera. El titular era: “Por primera vez, una científica es elegida Miss América”.

Y esto había que comentarlo, aparte de como homenaje a Camille Schrier, que es el nombre de la bella a la par que inteligente ganadora, como reflexión sobre el alcance de los medios de comunicación en la divulgación del conocimiento. Llevo unos quince años hablando de ciencia y tecnología en distintos medios y formatos, y en este tiempo espero haber conseguido hacer atractivas lo que ahora se conocen como disciplinas STEM a diez o doce jovenzuelos. Como contrapartida, hace unos meses mi hijo me anunció que había decidido estudiar Derecho con matices de Filosofía, Política y Economía, y como de pequeño le iban las ciencias presiento que el cambio se produjo cuando vio a su padre vestido de calamar alienígena. Espero que este sea un caso aislado y que las vocaciones que he ayudado a crear superen a las que he destruido. En cualquier caso, no cabe ninguna duda de que me muevo en unos números ínfimos comparados con cualquier emisión de una cadena nacional en horario de máxima audiencia.
Mientras sus competidoras bailaban o cantaban, Camille presentó en su concurso de talentos la reacción altamente expansiva del agua oxigenada al descomponerse. Puede sonar un poco a trampa, porque eso más que ciencia es efectismo, pero probablemente esos pocos segundos grandiosos sirvieran para atraer hacia el lado oscuro a muchos niños (en este caso, especialmente niñas) que de otro modo ni se lo habrían planteado. Igual que sucede con otros programas de corte generalista en los que se presenta ciencia primando la espectacularidad sobre la rigurosidad, pero que gracias a sus audiencias despiertan más vocaciones que muchos esforzados profesores de instituto durante toda su carrera. Sí, es cierto que la vida real de un científico no es provocar explosiones, sino pelearse con artículos, fórmulas, revisores, directores de tesis, noches sin dormir… pero cuando esos inocentes jovenzuelos se den cuenta ya habremos echado la llave del laboratorio con ellos dentro (¡MUA JA JA JA JAAAAAAAÁ…!). Y es posible que, una vez metidos en faena, descubran que sí, que vale la pena pasar por tantos sacrificios si al final todo ese esfuerzo y perseverancia les sirven para entender un trocito de cómo funciona el universo.
En su alegato final, la ganadora dijo que “ya no hay que ser guapa para ser Miss América”. Y, aunque por estos lares nos parezca muy lejano ganar un concurso de Miss Loquesea sin ser al menos mona, es posible que en los Estados Juntitos no sea así, ya que el concurso se orienta cada vez más hacia el talento y el desempeño profesional y menos hacia la belleza puramente física.
Pero, ya que estamos con concursos de belleza, vamos a hablar de la tecnología aplicada al aspecto físico y a la salud del ser humano. Para ello, os propongo un sencillo ejercicio mental: imaginaos que sois un vendedor de repollos de la Edad Media y os teletransportáis a la actualidad por una brecha espacio-temporal. ¿Cómo nos veríais a los humanos de hoy en día? Probablemente os sorprendería la gran cantidad de ancianos caminando por la calle. Pero ancianos ancianos, no como los vuestros de cuarenta años. Os pareceríamos muy altos, y probablemente gordos en general, aunque os quedaríais impresionados por el porte de alguno de esos que van al gimnasio y no comen roscón en Navidad. Os llamaría la atención ver tanta gente con gafas, incluso si en vuestro tiempo ya había privilegiados que las usaban. Pero sobre todo os pareceríamos muy guapos, no solo por lo altos y saludables, sino por nuestros cabellos limpios y bien peinados, por nuestros dientes blancos y ordenaditos y por la sorprendente redondez del pecho de algunas mujeres. Todo esto gracias a una mejor higiene (Pasteur ya demostró que un buen lavado de manos puede salvar más vidas que una vacuna, y en la Edad Media sois bastante guarros, perdonad que os diga), investigaciones en salud y longevidad, avances en medicina estética y desarrollo de las tecnologías necesarias para aplicar todo esto.
Y, ¿cómo veríamos nosotros a los humanos si nos teletransportaran milagrosamente al año 2200? Seguramente nos sorprendería la cantidad de dispositivos electrónicos que llevarían implementados en su propio organismo, aunque espero que no hasta el punto de que los cíborgs se conviertan en una nueva raza dominante, como vaticinan algunos visionarios. También nos llamaría la atención, igual que a nuestro visitante de la Edad Media, el gran número de ancianos. Según aseguran los expertos, no solo habrá muchos más que ahora, sino que serán mucho mayores. “Me temo que, por desgracia, pertenezco a la última generación que va a morir”, ha llegado a decir el profesor Gerald Sussman, del MIT.  Vale, igual se pasó un poco. Además, a pesar de ser uno de esos expertos-en-un-montón-de-cosas, sus campos de investigación no están directamente relacionados con la medicina, sino con la inteligencia artificial. Pero hay muchas otras declaraciones por el estilo, como que vamos a asistir a la muerte de la muerte, o que esta será opcional en 2045. Y eso lo dijo José Luis Cordeiro, que sí que es una autoridad mundial en la materia (al menos se hace llamar a sí mismo “futurista y transhumanista”, que suena a muy experto). En cualquier caso, incluso si no se consigue vencer a la muerte, es seguro que habrá, como diría Rajoy, muchosh ancianosh y muy ancianosh. Aunque tal vez ya no se les llamará así, ya que el objetivo no es solo aumentar la esperanza de vida sino hacerlo conservando el vigor de la juventud. Para ello no existirá una fórmula mágica, sino una combinación de distintas tecnologías. Así, se utilizarán células madre e ingeniería de tejidos para crear nuevos órganos (en muchos casos utilizando impresoras 3D biológicas) cuando estos se desgasten o enfermen. Además se utilizarán terapias génicas para modificar los genes que pueden frenar el proceso de envejecimiento. También se utilizarán nanosensores para detectar enfermedades como el cáncer años antes de que se conviertan en un problema, y nanomáquinas capaces de identificar las células malignas (o los virus o bacterias invasores de otras enfermedades) y atacarlas con la dosis precisa de medicamento, eliminando los efectos secundarios de las agresivas terapias actuales. Estas tecnologías se complementarán con la ingestión regular de cócteles de proteínas y enzimas diseñados para potenciar los mecanismos de reparación celular, regular el metabolismo, poner en hora el reloj biológico y reducir la oxidación. Claro que para sacarle el máximo rendimiento a toda esta tecnología que ya está en marcha, además será necesario –hay cosas que no cambian– mantener un estilo de vida saludable, basado en el ejercicio y la dieta sana. Lo siento.
Ni que decir tiene que, además de jóvenes y lozanos, seremos cada vez más guapos. Las consultas estéticas, igual que las médicas, serán virtuales, y se utilizará inteligencia artificial para dar con el tratamiento personalizado más adecuado a cada paciente. Los tratamientos dentales y ortodoncias, que hasta hace pocos años no estaban al alcance de cualquier bolsillo, cada día serán más eficaces y asequibles. La cirugía estética, sin embargo, se irá reduciendo poco a poco para dar paso a métodos menos agresivos. La que se siga practicando será menos invasiva y utilizará tecnologías avanzadas, como microimplantes para el hueso de la mandíbula, que se abren al ser inyectados produciendo un efecto tensor en la piel. En definitiva, llegaremos a viejos, muy viejos… pero no lo pareceremos. Entre otras cosas, porque no quedará ni un calvo. Por lo menos en Turquía. ¿Las malas noticias? En el año 2200 la edad de jubilación igual es de 180 años. ¿Qué pensabais, que los políticos no se iban a dar cuenta de todo esto?

 

La pregunta