revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Reportaje

El principio antrópico, último bastión del antropocentrismo

El principio antrópico sugiere que vivimos en un universo meticulosamente adaptado para permitir la existencia de la vida que conocemos
Por Enrique Pérez Montero (IAA-CSIC)

Una de las características más notables del ser humano, al menos una de las que nos distingue como especie del resto de seres vivos que conocemos, es nuestra capacidad para hacernos preguntas sobre nuestro lugar en el universo. Tanto nuestros sentidos como la propia existencia de ese pensamiento y de tener una conciencia de nuestra existencia nos hacen destacar como especie y tener una visión subjetiva de superioridad y preponderancia entre todas las demás especies animales y vegetales de nuestro planeta. Ese sentimiento de superioridad se ha visto reforzado desde hace milenios por nuestra perspectiva anómala del lugar que nuestro hogar, el planeta Tierra, tiene en el espacio.
Los últimos quinientos años han mejorado la concepción de ese lugar gracias al desarrollo de la instrumentación astronómica y a la implantación del sentido crítico que suponía la adopción del método científico. De esta manera, desde una visión geocéntrica donde ocupábamos el centro del universo y este giraba alrededor de nuestro ombligo, se ha ido arrinconando a nuestro pequeño planeta a un lugar sin importancia.

Primero se desplazó a la Tierra desde el centro del Sistema Solar a su lugar correcto: el tercero de los planetas que giran alrededor del Sol. Luego se supo que el Sol no es más que una entre los cientos de miles de millones de estrellas que componen nuestra galaxia, la Vía Láctea, y que lejos de ocupar su centro, como al principio se pensaba, se encuentra a casi treinta mil años luz de este. Para finalizar, hace menos de un siglo que sabemos que nuestra galaxia no es la totalidad del universo, sino una galaxia de tamaño medio entre otras dos billones que, se piensa, componen este universo tan vasto que es imposible darle cabida de manera racional en nuestra mente.
Sigue siendo cierto que nuestros sentidos nos embaucan transmitiéndonos la idea de que somos el centro de una Tierra plana, alrededor de la que giran todos los astros. Y que, desde nuestra posición, todas las galaxias se alejan de nosotros y ocupamos el centro del universo observable, aquel que puede vislumbrarse usando la luz como fuente de información hasta el momento en que el universo se creó a partir de una Gran Explosión (Big Bang). En realidad, la propia limitación temporal es la que nos impide saber qué hay más allá de ese límite y, como suele ocurrir, esa posición no es más privilegiada que la que puede tener cualquier otro observador en cualquier otro lugar del universo.

La vida como factor de diferencia

El principio antrópico, aquel que defiende el lugar privilegiado del ser humano en el universo, no se ve por tanto confirmado por nuestro lugar marginal dentro del mismo. Otro posible refuerzo, sin embargo, a esta sensación de predominio viene dada por la aparente ausencia de vida y especies inteligentes en otros lugares del universo. Por supuesto, esa aparente ausencia puede ser solo consecuencia de nuestra incapacidad hasta el momento por hallarla, pero es cierto que el célebre físico italiano Enrico Fermi defendió que era una paradoja que aún no hubiésemos entablado contacto con ninguna de estas civilizaciones si es cierto que hay otras además de la nuestra.
En los años 60 del siglo pasado, el radioastrónomo americano Frank Drake planteó una ecuación que trataba de cuantificar el número de civilizaciones inteligentes que podían estar conviviendo con nosotros en la galaxia con suficiente capacidad tecnológica para dominar la radioastronomía y poder recibir o enviar mensajes para comunicarse con nosotros. La estimación de ese número depende de cantidades que aún estamos lejos de conocer. Una de ellas es el número de estrellas con planetas capaces de albergar vida. El número de planetas extrasolares detectados se está viendo multiplicado en los últimos años gracias a la mayor sensibilidad de los telescopios y a los avances en las técnicas de detección, y hoy se piensa que casi todas las estrellas tienen planetas orbitando en torno a ellas.
Lo que no está tan claro es si estos planetas pueden albergar vida y si esta vida puede mantenerse lo bastante como para dar lugar a seres complejos e inteligentes. Nuestro Sistema Solar tiene una historia y una configuración que ha ayudado a que nosotros estemos hoy aquí haciéndonos estas preguntas, y no sabemos cuán fácilmente estas mismas condiciones se pueden repetir o si otras condiciones pueden conducir a formas de vida completamente diferentes a lo que conocemos o podemos imaginar. La presencia de agua líquida en un planeta rocoso que esté a una distancia adecuada de su estrella no es un fenómeno tan raro en otras estrellas. Sí lo es que ese planeta cuente con un satélite masivo que ayude a estabilizar la trayectoria orbital del planeta, lo que mitigaría las variaciones climáticas; o que ese planeta presente un campo magnético que desvíe los vientos estelares perjudiciales para el desarrollo de la vida; o que haya dos gigantes gaseosos en las afueras de ese sistema solar, h que atraiga a la mayoría de cometas y asteroides potencialmente peligrosos para los planetas interiores y otro que ayude a estabilizar la trayectoria del primero, lo que evita que se desplace a distancias menores del sistema y acabe con los planetas rocosos.
También parece ser importante que los planetas orbiten en torno a estrellas de tipo amarillo y no enanas rojas, lo que propicia que el planeta reciba radiación ultravioleta, que impulsa la aparición de mutaciones y la evolución de las especies, pero que son lo bastante longevas como para permitir que estas dispongan de varios miles de millones de años para desarrollarse. En nuestra evolución también ha jugado un papel fundamental la proporción de agua en la superficie, que dio lugar a continentes y océanos, y la tectónica de placas, imprescindible para regular la cantidad de carbono en la atmósfera y, por tanto, su temperatura. Además, la trayectoria y posición del Sol dentro de nuestra galaxia, y de esta para no sufrir encuentros frecuentes con otras galaxias similares, parecen ser de gran importancia para evitar interacciones con regiones de formación estelar, explosiones de supernovas o agujeros negros supermasivos.
Todos estos factores influirían en la posible existencia de seres como nosotros en entornos próximos. En todo caso, esto no deja de ser puramente especulativo y aún estamos aprendiendo sobre la posible excepcionalidad de nuestro hogar. Bien pudiera ser que, una vez llegado a cierto nivel de avance tecnológico, cualquier civilización termine por autodestruirse, lo que explicaría también nuestros problemas para contactar con ellas.

Las leyes de la física

El principio antrópico también encuentra una formulación mucho más robusta en lo aparentemente excepcionales y específicas que son las leyes físicas y las condiciones iniciales de nuestro universo para haber desembocado en nuestra presencia en él, en contraposición a la casi infinita lista de otras posibilidades que lo hubieran impedido. Se sabe que el origen del universo fue una Gran Explosión, o Big Bang, hace 13.700 millones de años, donde a partir de un solo punto de densidad infinita nacieron todos los elementos que lo componen hoy en día, incluyendo la radiación, la materia bariónica (la que conocemos) y la oscura (la que aún no entendemos), así como la energía oscura, responsable de la expansión acelerada del universo. Sin embargo, una pequeñísima variación en las condiciones iniciales en que se produjo esta explosión o la proporción de estos elementos habría llevado a universos muy diferentes. Una velocidad solo algo menor habría propiciado que la fuerza de la gravedad dominara enseguida sobre las demás fuerzas, haciendo que la materia permaneciera toda unida; en contraste, una velocidad inicial un poco mayor o una densidad de materia algo menor habrían impedido que se condensaran ciertas regiones de materia para dar lugar a estrellas y galaxias, y la materia se habría expandido sin fin alejándose todas las partículas unas de otras.
De la misma forma, las galaxias se formaron como producto de ligeras y adecuadas perturbaciones en la densidad de materia que, de haber sido de magnitud algo mayor o menor, habrían dado lugar a estructuras diferentes o a la ausencia de ellas. Las mismas relaciones de proporcionalidad entre las fuerzas fundamentales de la naturaleza (gravedad, electromagnetismo, fuerzas nuclear fuerte y débil) son lo bastante precisas como para que los átomos se crearan de manera estable y pudieran fusionarse en el interior de las estrellas para dar lugar a las especies químicas que hoy son parte fundamental de la vida. Es decir, todo un cúmulo de circunstancias casi milagrosas que desembocaron en nuestra presencia hoy aquí.
Existe un debate sobre si este universo es único y se ha producido solo para que la vida resulte posible, o si simplemente estamos aquí como fruto de una casualidad entre otros muchos universos posibles que han dado lugar a realidades diferentes. En todo caso, la historia de la astronomía y la biología nos ha enseñado que cualquier idea de predominio de nuestra especie entre las demás es fruto de una perspectiva anómala y una profunda ignorancia, así que no debemos seguir cayendo en el mismo error a pesar de las apariencias.