revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

El planeta extrasolar más cercano

Por Miguel Abril (IAA-CSIC)
La respuesta

La importancia del descubrimiento de Próxima b es tal que ha merecido ser portada de la revista Nature, tal vez la publicación científica más prestigiosa del mundo, con el permiso de Science y de Información y Actualidad Astronómica. Sirvan estas líneas para transmitir nuestra más sincera enhorabuena a los miembros del IAA que han participado en el hallazgo.  La actualidad manda. En este número íbamos a hablar de robots, pero resulta que hace solo unas semanas se anunció oficialmente uno de los hitos más importantes de la astronomía de los últimos años: el descubrimiento de un exoplaneta parecido al nuestro con características que podrían hacerlo habitable y orbitando, nada más y nada menos, que en torno a la estrella más cercana a nosotros, Próxima Centauri. Para los miles de seguidores de esta sección recuerdo que no es la primera vez que la actualidad impone un cambio de planes: allá por 2012 aplazamos un artículo sobre protección planetaria, ante la inminencia de un evento mucho más importante que el descubrimiento de una exotierra en zona habitable: una Eurocopa de fútbol. Por tanto, los robots quedan pospuestos, y vamos a hablar sobre Próxima b, que es el original nombre que se le ha dado al que ya es el planeta más famoso fuera de nuestro sistema solar. No obstante, como en este mismo número hay un artículo que explica el descubrimiento, aquí nos vamos a centrar en las implicaciones tecnológicas asociadas a él, y en particular en un proyecto que ha tomado súbitamente un interés especial: Breakthrough Starshot, una iniciativa que pretende mandar la primera sonda a las estrellas. Aunque esta misión ya se había fijado en el sistema Alfa Centauri como objetivo por eso de que es el más cercano a nosotros, el descubrimiento de Próxima b ha hecho que se focalice la atención sobre una de sus tres estrellas, Próxima Centauri, y que la imaginación de los responsables del proyecto vuele ante las perspectivas de lo que pueden encontrar allí. Pero vayamos por partes: ¿tan cerca está este nuevo exoplaneta? ¿Cuánto son cuatro años luz? La mejor forma de entender las enormes distancias a nivel estelar es reducirlas a escalas humanas, a dimensiones que somos capaces de interpretar. En este caso, la comparación resulta la mar de gráfica a través de una analogía muy intuitiva: supongamos que reducimos el Sol al tamaño de un garbanzo y lo colocamos en el punto central de un campo de fútbol. Para mantener las proporciones reales la Tierra tendría que ser del tamaño de un grano de arena y orbitar a un metro de distancia. Pues bien, si explicaras este modelo a la gente de la calle y luego les preguntaras que a qué distancia piensan que estaría la estrella más cercana, la mayoría te diría que en las áreas, en las porterías o en el banderín de córner. Solo algún listillo te respondería que está en las gradas y, tal vez, algún aficionado a leer noticias de ciencia la colocaría fuera del estadio. La realidad es que incluso en este modelo reducido Próxima Centauri quedaría muy lejos: no solo fuera del estadio, sino incluso de la ciudad, de la provincia y muy probablemente de la comunidad autónoma. Concretamente, a unos 270 kilómetros de distancia del garbanzo. Conclusión: no, Próxima no está próxima (lo siento, me lo han puesto a huevo).
Gráfico con los objetos más cercanos a nuestra estrella.
¿Entonces…? ¿Qué pasa, que nadie les ha explicado a los responsables de Starshot lo del garbanzo y el campo de fútbol? ¿Cómo van a mandar una sonda hasta allí si está tan lejos? Y, aunque lo consiguieran, ¿cuánto tardaría en llegar? ¿Tendríamos gobierno para entonces? Bueno, empecemos diciendo que la misión no enviaría una única sonda, sino que –siguiendo la filosofía que explicábamos unos números atrás– lanzaría un enjambre de ingenios de pequeño tamaño, bajo consumo y coste relativamente reducido, para así aumentar la probabilidad de que al menos alguno de ellos consiga alcanzar su objetivo. Este ejército de nanodispositivos electrónicos no se mandaría de una sola vez, sino de forma escalonada en el tiempo, de modo que habría siempre minisondas a distintas distancias del objetivo que funcionarían como repetidores en una red de comunicaciones entre la Tierra y Próxima b. Las minisondas tendrían el tamaño de un chip electrónico, aunque para impulsarlas se usarían velas de unos dos por dos metros, que se propulsarían usando un láser de gran potencia situado en la superficie terrestre. Según los expertos, mediante esta técnica se conseguirían velocidades impensables con los combustibles químicos actuales: un 20% de la velocidad de la luz, nada menos. Así las cuentas son fáciles: si la estrella está a 4,2 años luz, las minisondas tardarían cinco veces más. O sea, unos veintiún años, a los que habría que sumar los cuatro y pico que tardaría la información que transmitieran desde allí en forma de ondas electromagnéticas. Total, que en unos veinticinco años desde el lanzamiento, que se estima que podría ser dentro de unos veinte, podríamos tener información sobre lo que se cuece en el planetita. ¿Se puede hacer? En mi modesta opinión de ingeniero dedicado a proyectos mucho más mundanos, hace un par de meses yo habría dicho que no, al menos a corto plazo. Sin embargo, viendo quién está detrás del proyecto, qué menos que darle un voto de confianza. Y no es que me impresione que dos de sus mecenas sean multimillonarios tan implicados con la ciencia y la tecnología como Mark Zuckerberg y Yuri Milner, no. Lo que me da un voto de confianza es el tercer padrino, Stephen Hawking, y ese sí que entiende de estas cosas.
Presentación del proyecto Starshot. ¿Y qué pasa si lo conseguimos? ¿Encontraríamos vida en Próxima b? Pues esto es objeto de intenso debate. Hay quien dice que las enanas M como Próxima son demasiado activas para permitir que se desarrolle la vida, y que además los planetas en su zona de habitabilidad estarían tan cerca que presentarían anclaje por marea. Es decir, que ofrecerían siempre la misma cara a la estrella (como sucede con nuestra Luna), por lo que un hemisferio tendría temperaturas abrasadoras y el otro sería un desierto congelado. Sin embargo, los defensores de la posibilidad de vida argumentan que bajo ciertas condiciones el anclaje puede no ser total, sino producir lo que se conoce como resonancia orbital. Este es el caso del planeta más próximo al Sol, Mercurio, que presenta una resonancia de tipo 3:2 (gira sobre sí mismo tres veces por cada dos vueltas al Sol). Para que se produzca este tipo de resonancia la órbita tiene que tener una cierta excentricidad, pero no tanta como para hacer al planeta incompatible con la vida. Siguiendo con el ejemplo más cercano, la excentricidad de la órbita de Mercurio es de 0.2, lo cual, hablando en cristiano, quiere decir que se parece más a un kiwi que a un melón. O sea, que sería perfectamente posible que un planeta presentara resonancia tipo 3:2 manteniéndose durante todo su año dentro de la zona de habitabilidad. De hecho, es posible que una cierta excentricidad fuera beneficiosa para la vida, ya que podría producir estaciones incluso en el caso de que el eje de rotación del planeta no estuviera inclinado, como sucede en la Tierra. Bueno, ¿y qué más da eso? ¿Es que acaso no se podría vivir sin estaciones? Pues igual sí, pero sería muy aburrido. Sobre todo si te toca un planeta solo con invierno.
En cualquier caso, incluso si el anclaje por mareas en Próxima b fuera del tipo 1:1, tal vez en la zona de transición entre el día y la noche podría haber una estrecha franja con temperaturas templadas que permitirían al menos el desarrollo de formas de vida simple. (¿En serio? ¿Vida simple en una franja estrecha? ¡Venga, Dios, que has creado cosas tan chulas como el tiranosaurio o el tigre de dientes de sable! ¡Puedes hacerlo mejor!). Un reciente estudio de la Universidad de Cornell propone como mecanismo de defensa ante las fulguraciones de alta frecuencia de las enanas M la biofluorescencia, un fenómeno mediante el cual determinados corales y otros organismos de nuestro planeta absorben las radiaciones ultravioleta y las transforman en longitudes de onda dentro del espectro visible. Vale, no es un tigre dientes de sable, pero brilla por la noche. Mola.

La pregunta

¿Cómo? ¿Que llevamos casi cinco años con una sección dedicada a la tecnología y todavía no hemos hablado de robots? Pues nada, vamos a ello. Para empezar, ¿de dónde viene la palabra ROBOT?
RESPUESTAS:
1. Al revés (Tobor) era el nombre del primer autómata que apareció en una novela.
2. Del checo, quiere decir ‘Trabajo duro’
3. Del inglés Rub out: borrar o eliminar.
4. ROBOT es un acrónimo que significa una cosa muy rara.