revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

¿De dónde viene la palabra robot?

por Miguel Abril (IAA)
La respuesta

1. Al revés (Tóbor) era el nombre del primer autómata que apareció en una novela.
2. Del checo. Significa "trabajo duro".
3. Del inglés "rub out": borrar o eliminar.
4. ROBOT es un acrónimo que significa una cosa muy rara.

Tóbor, llama al trabajo y di que estoy malo. O, mejor: Tóbor, ¡ve tú al trabajo por mí! Da el pego, ¿verdad? Sería un buen nombre para un robot, o para un hombretón que llevara a sus espaldas a un niño paralítico que ve cuervos de tres ojos. Sin embargo, el origen del nombre robot no es ese, sino el término checo robota, que quiere decir "trabajo duro". Se lo inventó un tal Karel Kapec en 1920, para nombrar a las máquinas humanoides que aparecían en su obra de teatro “R.U.R. (Robots Universales Rossum)”. Aunque  fue su hermano el que lo propuso, ya que él iba a bautizarlas con el nombre latino labori que, para qué nos vamos a engañar, suena mucho menos chulo. "Corea del Norte crea un ejército de labori asesinos…". No, Karel, no. Menos mal que están los hermanos mayores para enderezar nuestros caminos tambaleantes.
Pero, ¿qué es exactamente un robot? Pues, a pesar de la imagen tan clara que tiene la mayoría de la gente en su cabeza, el término es bastante difuso. Según una de las publicaciones referencia en esta y otras muchas áreas del conocimiento, la Wikipedia, un robot es “una entidad virtual o mecánica artificial”, definición en la que tendría cabida casi cualquier cosa construida por el hombre desde que aprendió a apretar tornillos. La RAE lo define como una “máquina o ingenio electrónico programable, capaz de manipular objetos y realizar operaciones antes reservadas solo a las personas”, lo cual reduce algo el alcance semántico, a pesar de lo cual sigue siendo bastante genérica. Incluso dejando aparte los drones, brazos robóticos y otros diseños un tanto especiales, existen configuraciones mucho más prácticas y estables que el bipedismo humanoide en el que casi todos pensamos cuando oímos la palabra robot. Así, uno de los primeros modelos comerciales fue un perro diseñado por Sony, AIBO. Los robots de rescate y de investigación en volcanes y entornos hostiles se desplazan mediante orugas o varios pares de patas en disposiciones tipo insecto. Una configuración muy exótica pero que a mí me gusta especialmente es la del modelo TARS, que sale en la película Interstellar. Para los que no la hayáis visto, al final muere ella. Ah, sí: aviso de spoiler (perdón, siempre me lío). En fin, ya que se me ha escapado esto, supongo que no os importa que os cuente la forma que tiene el robot, ¿no? Pues bien, la primera vez que aparece lo hace en la configuración podíanhabérselocurradounpoquitomás: es como una pieza de LEGO gigante. Sí, UNA pieza, cuadrada, de las de antes. Por no tener, no tiene ni los puntitos redondos para engancharle otros bloques. Sin embargo, unas escenas después descubrimos que para desplazarse adopta la configuración quéingeniosooye, para pasar, finalmente, al modo cómomola en la frenética escena del rescate en el planeta Nosecuantos. En definitiva, que si existen configuraciones mucho más prácticas, ¿por qué hay grupos especializados que se empeñan en crear diseños de tipo androide, que no hace sino aumentar los problemas técnicos? La respuesta probablemente haya que buscarla en nuestro subconsciente, más que en aspectos prácticos: un robot con apariencia humana da menos miedo, inspira más confianza y simpatía. Por eso la tendencia androide se orienta principalmente a robots que interactúan con seres humanos, ya sean de propósito general o con labores específicas como el cuidado de niños, enfermos o ancianos. Busca en Google, por ejemplo, Geminoid-F o Geminoid-HI, dos creaciones de Hiroshi Ishiguro, y prepárate para alucinar pepinillos. O Telenoid, si te atreves, que parece sacado de una película de terror japonesa. Después de ver un vídeo suyo he leído que en Japón los robots tienen tanta aceptación porque, según la religión shinto, hay un espíritu dentro de cada uno. Lo que me faltaba, esta noche no voy a pegar ojo.
Mención aparte merecen las aplicaciones militares de robots y, especialmente, los drones de espionaje y ataque. Los múltiples modelos existentes o en fase de diseño son fascinantes desde el punto de vista tecnológico, pero por encima de eso han despertado una fuerte polémica por los problemas morales que implican. Se supone que si vas a cargarte a alguien en una guerra, al menos deberías estar expuesto a un mínimo nivel de riesgo. Matar gente en Oriente Medio desde un despacho de Wisconsin en jornadas de ocho horas mientras en tu iPod Dolly Parton canta alegremente eso de Workin’ nine to five, what a way to make a livin’ no parece un combate demasiado justo. Sin embargo, en todos los conflictos a lo largo de la historia se ha intentado sacar ventaja sobre el rival a través del desarrollo tecnológico. Aunque no siempre esa ventaja ha sido sinónimo de victoria final (léase Vietnam), en la mayoría de los casos trajo consigo un desequilibrio real suficiente para hacer caer la balanza del lado más avanzado: los arcos largos ingleses en la batalla de Crécy, la bomba atómica en la segunda guerra mundial, el fuego valyrio en la batalla del Aguasnegras… Entonces, ¿cuál es la diferencia con la guerra moderna? Pues que en todos los conflictos los soldados del bando más preparado estaban allí, protegidos hasta cierto punto por su tecnología pero corriendo un riesgo real de pisar una mina o recibir un disparo o un misilazo tierra-aire. Los robots y los drones parecen otorgar demasiada ventaja.  ¿O no? Igual es solo una alegoría brutal de un hecho incuestionable, que nuestros políticos sin embargo a menudo olvidan: el que invierte en investigación y ciencia, siempre gana.  

 

La pregunta

¿Apenas hemos rascado en la superficie. Nos hemos centrado en posibles configuraciones de los robots, y ni siquiera hemos nombrado maravillas tecnológicas como los nanorrobots, los exoesqueletos, los ciborgs o el polvo inteligente. Los drones también merecen un capítulo aparte. De momento, en el próximo número nos centraremos en otro aspecto asociado a los robots que tampoco hemos mencionado: la inteligencia artificial. Para ello, intentaremos responder a la pregunta que todos nos hacemos antes de apagar la luz cada noche: ¿tomarán las máquinas el control algún día y se rebelarán contra nosotros?

1) Sí.
2) No.
3) Da igual, porque de todas formas los caminantes blancos van a terminar con todos nosotros.