revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

¿Cuánto tiempo se ha pasado Pedro Duque en el espacio?

Miguel Abril (IAA)
La respuesta

¿Cuánto tiempo se ha pasado Pedro Duque en el espacio?

a) Tres semanas
b) Tres meses
c) Doscientos tres días
d) Lunes y miércoles de cinco y media a siete. Es una actividad extraescolar.

Lo primero que hacen los cosmonautas rusos cada día justo después de levantarse es someterse a una sesión de centrífuga, que es justo lo que uno se imagina por su nombre: como una centrifugadora de lechuga gigante, con un contrapeso en uno de los extremos y un sillón en el otro, para someter al desgraciado que se siente en él a vueltas y más vueltas a toda velocidad. Viene a ser un instrumento diseñado para optimizar la capacidad de marear a alguien. El propio autor de estas líneas ha tenido la oportunidad de experimentarlo. ¿A que ninguno de los lectores de esta sección se imaginaba que este humilde articulista pudiera haber sido en algún momento de su vida aspirante a astronauta? Bueno, tengo que reconocer que mi experiencia no tuvo lugar en el Johnson Space Center, ni en la Ciudad de las Estrellas, ni en ninguna otra de las instalaciones donde se entrenan los astronautas, sino en las tazas de Alicia de Disneyland Paris. Las tazas de Alicia son inofensivas hasta que tu cuñado culturista se pregunta para qué es el volante que tienen en el centro y empieza a girarlo con toda la fuerza que le dan sus brazos, que son como tus piernas. No sé cómo será la experiencia en la centrífuga, pero doy fe de que el mareo de las tazas de Alicia dura todo el día, como una resaca mal llevada. Y eso es precisamente lo que se pretende con la primera actividad diaria del entrenamiento de los cosmonautas: acostumbrar al cuerpo al malestar continuo que se experimenta en el espacio ante la falta de gravedad. Esto da una idea de la exigencia mental y física que tienen que soportar los candidatos durante el entrenamiento.


Pero…  ¿en qué se basa el proceso de selección de astronautas? Cuando yo estaba en la facultad vino a dar una conferencia alguien de una gran empresa tecnológica, de hecho una de las más punteras en aquel momento. En el debate posterior alguien le preguntó que hasta qué punto era importante el expediente para entrar a trabajar en una empresa como aquella, y él respondió que no tanto como se pensaba, y que a veces se planteaban contratar a gente que había sacado algún notable si lo compensaban con otras aptitudes como espíritu de trabajo en equipo, creatividad, compañerismo o incluso sentido del humor. Uno de mis compañeros de carrera, que estaba sentado a mi lado, me susurró orgulloso al oído: «yo una vez saqué un notable». Tuve que aclararle que con lo del notable el conferenciante se refería a la nota mínima, no a la máxima. En el caso de la selección de astronautas sí están los mejores expedientes. La excelencia académica viene garantizada por el hecho de que se presentan miles de candidatos por plaza (vale, en Gran Hermano también y no son los más listos, pero es que ahí se valoran otras cosas). Sin embargo, como dijo aquel conferenciante, se buscan muchos otros aspectos que pueden resultar más importantes que las notas: creatividad, capacidad de trabajo y de liderazgo, espíritu de cooperación, ingenio, empatía… Incluso la humildad, como narra el astronauta canadiense Chris Hadfield en el capítulo “Procurar ser un cero” de su maravilloso libro “Guía de un astronauta para vivir en la Tierra”.  
Luego, en el entrenamiento, se trabajarán otras muchas disciplinas específicamente orientadas al viaje y estancia en el espacio, tales como entrenamiento de supervivencia en entornos hostiles, por si el aterrizaje o el despegue se tuercen y hay que pasar una semanita en el Himalaya o en el desierto del Sáhara mientras te buscan. Una preparación física intensiva, incluyendo muchas horas de vuelo en reactores militares y vuelos parabólicos suborbitales para simular las condiciones de microgravedad y habituar al cuerpo a las condiciones del viaje espacial. Un conocimiento profundo de todos los sistemas de la ISS, a base de sesiones y más sesiones de simulador en las que se recrean todo tipo de fallos críticos. El aprendizaje de las bases teóricas y prácticas de los experimentos científicos que se llevan a cabo en la ISS. Entrenamiento con trajes espaciales en piscinas para recrear las EVA o ExtraVehicular Activity (los paseos espaciales, vamos). Y, por supuesto, ruso, especialmente desde que se canceló el programa del transbordador espacial y es la agencia espacial rusa la responsable de los viajes tripulados de la NASA y la ESA.
A todo esto, la respuesta correcta es la a. Sí. Menos que la a, de hecho, porque Pedro Duque no ha llegado a estar ni tres semanas en el espacio. Ha volado en dos misiones, la STS-95 y la Soyuz TMA-3, contabilizando en total dieciocho días fuera de nuestro planeta. Después de todo lo que hemos contado aquí, es inevitable preguntarse: ¿vale la pena un entrenamiento y una preparación tan exigentes para pasar menos de un mes aplicando todo lo aprendido? La respuesta, en mi opinión, es que sí. Porque, como cuenta Chris Hadfield en su libro, un astronauta no lo es solo en el espacio, sino que el camino recorrido durante su largo aprendizaje aporta, además del evidente bagaje científico y tecnológico, una visión filosófica y global de nuestro mundo y de las relaciones humanas que permite desenvolverse en cualquier situación también en la Tierra. Incluso en las procelosas aguas de la política.

 

La pregunta

¿A quién quiero engañar? Es imposible que me organice de forma que me quede espacio para hacer una pregunta en condiciones. Así que, a partir de ahora, cambiamos de formato: no hay adelanto del próximo artículo. Esperad un par de meses, que tampoco os pasa nada…