revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

¿Cuál es la capacidad de almacenamiento de una bolsa de BocaBits?

Por Miguel Abril (IAA-CSIC)
La respuesta

El ganador del concurso ha sido Rafael Zambrana, quien, en un alarde de espíritu científico, se ha documentado comprando varias bolsas de BocaBits (no nos dice cuántas) y ha encontrado en la muestra analizada valores de entre veintidós y veinticinco, con una media redondeada a la unidad de veinticuatro. Lo cual, concluye sabiamente, equivale a tres BocaBytes. ¡Enhorabuena, Rafa! Te mando tu camiseta. Pero vamos a lo que vamos: se me ha ocurrido escribir sobre almacenamiento de información porque el otro día vi en una librería una felicitación electrónica, de esas que cuando las abres empieza a sonar el Cumpleaños Feliz. Y recordé que había leído en algún sitio que el poder de cálculo y la capacidad de almacenamiento de una de esas tarjetas son mayores que los de las computadoras de hace unas décadas. Entonces me dio por reflexionar sobre lo sorprendente que es que hayamos llegado donde hemos llegado, sobre todo si tenemos en cuenta los orígenes. Todos tenemos en mente la imagen de alguna película en blanco y negro de esos gigantescos ordenadores que ocupaban una habitación entera y en los que los unos y ceros se representaban por válvulas, semejantes a grandes bombillas (pero bombillas de las de verdad, de las que se encendían cuando le dabas al interruptor y no cuando a ellas les parece bien). Y, sin embargo, las válvulas no fueron, ni mucho menos, los orígenes. Antes se había pasado por ingenios mecánicos fabricados con tecnología de la época dorada del ferrocarril, que recordaban a aquellos preciosos artilugios que el Capitán Nemo llevaba en su submarino. Pero más sorprendente todavía fue el siguiente paso, cuando Alan Turing y compañía, en su afán por evitar los problemas de velocidad y fiabilidad inherentes a las computadoras mecánicas basadas en engranajes, idearon un sistema de almacenamiento basado en… ¡tubos de mercurio! Los ceros y los unos llegaban a un extremo del tubo, que medía en torno a un metro y medio, en forma de impulsos eléctricos. Estos se convertían en ondas sonoras intermitentes que viajaban con relativa lentitud a través del mercurio hasta el otro extremo del tubo, donde se convertían de nuevo en impulsos eléctricos, que se volvían a dirigir a la entrada de la tubería, para repetir el proceso indefinidamente.¿Serán los ordenadores biológicos el futuro de la computación? Antes hay que resolver algunos problemas. Dibujo: Miguel Abril
Sorprendentemente, aquello funcionaba, pero resultaba inviable para gestionar memorias más allá de un puñado de bits. La verdadera revolución llegó en la década de los sesenta y setenta del pasado siglo con la irrupción en la industria del transistor (inventado en 1947), que permitió aumentar drásticamente la capacidad de procesamiento y almacenamiento de los ordenadores, de acuerdo con la Ley de Moore. Como la confianza da asco y esta ley ya es como de la familia, no nos impresiona tanto, pero es una verdadera burrada, porque establece empíricamente que desde hace casi cincuenta años, aproximadamente cada dieciocho meses se ha venido doblando el número de transistores en los circuitos integrados, con el consiguiente aumento en la capacidad de procesamiento y almacenamiento. Claro, así hemos pasado de los pocos bits de las memorias de tubos de mercurio de Turing a los discos duros de kilobytes en los años ochenta, megabytes en los noventa y gigabytes en la década pasada, que ahora caben en un pen-drive más pequeño que un sello de correos (son esas cosas que se pegaban en sobres cuando no había e-mail, niños. Os lo habéis perdido, te dejaban chuparlos sin regañarte). Y ahora un disco duro de un ordenador normalito viene ya con terabytes, y los servidores distribuidos de grandes proyectos o buscadores trabajan con petabytes, nombre este tan absurdo que la mismísima señora esposa del que se lo inventó le pidió que lo cambiara por otro menos ridículo. A lo que él contestó: “no te preocupes, si esto no lo va a usar nadie”. Y míranos ahora, llenando petabytes como quien come pipas en el cine. “Además, –añadió él– nadie se rio cuando inventé los Peta Zetas”.
Bueno, ¿y qué nos depara el futuro? Pues, según los expertos, varias revoluciones. Ordenadores cuánticos, en los que un bit (llamado aquí qubit) no solo puede ser 0 y 1, sino también pasar a un estado conocido como superposición coherente y tomar los dos valores a la vez. Tecnologías basadas en superconductores, que no solo incrementarán drásticamente la  velocidad de procesamiento sino que también permitirán almacenar ingentes cantidades de información sin consumir apenas energía. Ordenadores biológicos, en los que se utilizarán organismos vivos o sus componentes para realizar cálculos computacionales. Como tantas otras veces en el campo de la tecnología, parece que la realidad va a superar la ficción.
 

La pregunta

Sí, lo sé, normalmente la pregunta de un número sirve como introducción para el tema del número siguiente, pero es que tengo una buenísima sobre esto de lo que hemos hablado en este artículo: ¿Cómo almacenarías la receta de las torrijas de tu abuela para estar seguro de que los nietos de los nietos de tus nietos podrán seguir tomándolas en Semana Santa?

RESPUESTAS
a) En un trozo de papel, por supuesto.
b) En una cinta magnética, por supuesto.
c) En un disco duro, por supuesto.
d) En un pen-drive, por supuesto.
e) En la nube, por supuesto.