revista de divulgación del Instituto de Astrofísica de Andalucía

Sala limpia

¿Cómo almacenarías la receta de las torrijas de tu abuela para estar seguro de que los nietos de los nietos de tus nietos podrán seguir tomándolas en Semana Santa?

Por Miguel Abril (IAA-CSIC)
La respuesta
A. En un trozo de papel, por supuesto.
B. En una cinta magnética, por supuesto.
C. En un disco duro, por supuesto.
D. En un pen drive, por supuesto.
E. En la nube, por supuesto.

Imaginad que estáis haciendo una limpieza de las gordas, de las de llegar hasta el fondo de los armarios, y os topáis con esa cinta de grandes éxitos de los ochenta que en vuestra adolescencia era una de vuestras posesiones más preciadas. “¡Qué fuerte, hermanos, qué fuerte!”, que diría Nacho Dogan. Aparte de descubrir que vuestro movimiento de cadera no es tan irresistible como os parecía entonces, seguramente notaréis que el sonido es bastante malo porque, a pesar de que solo han pasado unas pocas décadas, el soporte magnético ya ha empezado a degradarse. No, una cinta magnética no ofrece garantías para preservar información importante a largo plazo. Un disco duro tiene el mismo problema, pero se le suma el hecho de que tiene partes mecánicas móviles complejas, y eso lo hace mucho más propenso a fallos. ¿Un pen drive, entonces? Es pequeño, compacto, rápido de leer y, como comentábamos en el último número, cabe más información dentro que en los discos duros de los ordenadores de hace solo unos pocos años. Pero… ¿es fiable? A mí me falló uno la semana pasada y no hubo forma de arreglarlo. Tampoco es que me esforzara mucho, es verdad, porque como ahora prácticamente te los regalan con los Phoskitos, era más sencillo coger otro.
¿Y la nube? La nube… ¿De verdad vais a confiar la receta de las torrijas de la abuela a algo que tiene nombre de cosa algodonosa que un día está ahí y el siguiente no? Yo no. En realidad, aparte de a la degradación del propio soporte físico (cuyo principal enemigo, por cierto, no son los campos magnéticos sino la temperatura), todos estos medios de almacenamiento basados en soportes magnéticos se enfrentan a otro problema seguramente más grave: la obsolescencia. Os proponía más arriba que escucharais una cinta de música de los ochenta, pero antes de que podáis hacer la prueba seguramente os tendríais que plantear otra cuestión: ¿dónde demonios consigo un radiocasette para reproducirla? O, sin ir más lejos, intentad leer un disco duro de cinco pulgadas en los que guardabais esa novela que escribisteis cuando erais jóvenes y que os iba a convertir en el nuevo Stephen King. Si conseguís una disquetera, seguramente vuestro sistema operativo no la soportará y tendréis que liar un pitote de padre y muy señor mío a base de máquinas virtuales con emulaciones de sistemas operativos de los que no tenían ventanitas. Siento deciros, jovenzuelos que leéis esto mientras esbozáis una sonrisilla de suficiencia al pensar en los discos de cinco pulgadas, que lo mismo va a pasar con los pen drives, los discos duros o incluso con la nube. Llegarán medios de almacenamiento mejores, con mayor capacidad y menor consumo, y el acceso a los datos antiguos se hará cada vez más complicado. Así que, si queréis conservar la receta de las torrijas de la abuela, usad un trocito de papel. Sí, vale, es cierto: muchos papeles se ponen amarillos y después de unos cuantos años pueden incluso deshacerse. Pero, aunque a algunos pueda parecerles una contradicción, hoy, en plena revolución digital, hay varios grupos trabajando para conseguir un papel más resistente y duradero reduciendo su acidez, lo cual disminuye la proporción de impurezas responsables de romper las cadenas que forman su estructura y que producen su degradación. No en vano, aún hoy tenemos acceso a textos de hace dos mil quinientos años escritos en papiros, que vienen a ser como papel a lo bestia. Y si los antiguos egipcios lo podían hacer, ¿no vamos a conseguirlo nosotros, que se supone que sabemos mucho más? Por tanto, la mejor respuesta de entre las propuestas es la A. Y digo ‘entre las propuestas’ porque mi amigo David Galadí, que de esto sabe un montón (*), me propuso una que sería todavía más adecuada: las tablillas de barro cocido que usaban los antiguos sumerios con escritura cuneiforme. Conserva las principales ventajas del papel, a saber: pueden descodificarse usando hardware accesible a todos nosotros (nuestros ojos y cerebro) y software público y no encriptado (siempre había querido aprender sumerio). Pero añaden una gran ventaja: son inmunes a la humedad y, sobre todo, al gran enemigo del papel: el fuego. A cambio, presentan un pequeño inconveniente: su escasa capacidad. Cabe la receta de las torrijas, pero para preservar El Quijote y poder llevártelo a la playa en vacaciones igual te hacía falta un camión de tres ejes. Incluso en versión tablilla de bolsillo.

(*) Artículo “Un bit es para siempre” en Caos y Ciencia http://www.caosyciencia.com/ideas/articulo.php?id=030812
Algunas piezas de las impresoras 3D se fabrican en otras impresoras 3D. Entonces, ¿cómo surgió la primera? Según la secta de los tresdeprintianos del tercer día, Dios es la impresora 3D primigenia.

La pregunta

En el próximo número hablaremos de lo que, según los expertos, será una de las revoluciones tecnológicas del futuro próximo: la impresión 3D. Si metéis estas dos palabras en Google os saldrán multitud de artículos y vídeos que os darán una idea de lo que ya se puede hacer y de lo que se conseguirá dentro de pocos años. El tema es tan apasionante que se me ocurren un montón de preguntas chulas. De momento me centro en los materiales, ya iremos comentando otros aspectos curiosos. Las impresoras 3D comerciales habitualmente usan un material plástico que calientan e inyectan por capas, pero se han utilizado o propuesto muchos otros materiales, como… (¿cuál es la respuesta falsa?):

RESPUESTAS
A. Sal
B. Polvo lunar
C. Cemento
D. Guano
E. Titanio